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29 August 2000
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La Vanguardia
  
 

Tags: Freakonomics | Sports

Cuando José Antich, me invitó a escribir en la sección de opinión de La Vanguardia, un amigo me dijo que a menudo se me acusaría de ser demasiado liberal y demasiado crítico con la excesiva intervención del gobierno. No hace falta decir que me sorprendió ver que la primera crítica recibida fuera la del profesor Pedro Schwartz quien, en su artículo del pasado 15 de Agosto, me censuraba por todo lo contrario: defender la intervención pública en los mercados deportivos. Supongo que si a uno le atacan desde la derecha y desde la izquierda, uno no debe ser tan radical.

Ante todo, quiero manifestar mi profundo respeto y admiración por el profesor Schwartz, al que considero uno de los mejores economistas de España. Y es el respeto hacia su persona el que me lleva a contestar su excelente crítica. Explica el profesor que la razón por la que las estrellas deportivas ganan tanto dinero es que la cantidad de público que atraen los superbuenos es numerosísimo y, aunque cada uno de nosotros pague solamente un poquito, el salario percibido por el jugador es enorme. Hasta aquí, todos estamos de acuerdo.

Pero lo que a mi me preocupa no es si los jugadores cobran mucho o poco sino si cobran demasiado (énfasis en la palabra demasiado). Es decir, me pregunto si el libre funcionamiento del mercado es capaz de dar al jugador y al club las rentas que les corresponde o si, por el contrario, la excesiva competencia entre clubes acaba pujando el salario del jugador hasta niveles demasiado altos, cosa que comporta la ruina económica del club. El razonamiento de mi artículo del día 1 de agosto era que, a diferencia de las empresas normales, la “producción” de un club de fútbol no se mide por la calidad absoluta de su juego sino por la calidad relativa: no solamente importa jugar “bien”, sino jugar “mejor” que el adversario y ganar. En la medida que la victoria es un aspecto importante de la “producción” de un club, el mercado fracasa ya que cuando un equipo gana, otro equipo pierde por lo que su “producto” se reduce. Este fenómeno, conocido con el nombre de “externalidad negativa” y que es parecido al de la contaminación, lleva a los clubes a pagar demasiado a sus jugadores.

Lógicamente, el profesor Schwartz entiende el problema, aunque lo minimiza al afirmar que, en Europa, existen “dos poderosos mecanismos de corrección, a saber, el temor a bajar de división y los ingresos por traspasos (cláusulas de rescisión)”. Aquí es donde creo que se equivoca ya que el temor a bajar de división penaliza todavía más al perdedor y, en consecuencia, aumenta aún más los ya desproporcionados incentivos a gastar. Es decir, la posibilidad de descenso no solamente no es un mecanismo que corrige el fallo del mercado, sino que lo exagera.

En cuanto a la necesidad de remunerar al equipo “propietario” del jugador (cláusula de rescisión), es cierto que esta práctica limita los salarios excesivos. Ahora bien, me sorprende que un liberal como el profesor Schwartz prefiera la existencia de esos contratos de semi-esclavitud a un sistema de limitación salarial como el que proponía yo. ¿Desde cuando está bien que las empresas sean propietarias del capital humano de los trabajadores? ¿No atentan dichos contratos contra la libertad de las personas?. Los contratos en que las empresas obtienen derechos exclusivos de propiedad sobre los trabajadores deberían ser inconstitucionales (y en Estados Unidos lo son, aunque, curiosamente, todavía se permiten el mundo del baseball, según una ley aprobada en 1922). En Europa, la Comisión ya está exigiendo a la FIFA la eliminación de los contratos que no permiten a los jugadores salir del club que los “posee”. Cuando esto ocurra, los salarios de los jugadores aumentarán, las economías de los clubes empeorarán y limitaciones salariales como las que proponía en mi artículo original se harán todavía más necesarias.

Finalmente, el profesor Schwartz me recomienda la lectura del artículo de Rosen y Anderson. Escribe que, dicho artículo, “concluye que el método (deportivo) europeo es superior al americano”. A raíz de esta contundente conclusión añade que “a veces, los partidarios de la Unión Europea parecen querer copiar lo menos bueno del sistema federal americano”. Debo confesar que aquí me sorprendí por partida doble. Primera, porque yo no soy ningún defensor de esa Unión Europea excesivamente burocrática y esclerotizada, donde la cultura del soborno domina sobre la racionalidad económica. Y segunda, porque el artículo nunca dice que el sistema europeo sea superior. Tras comparar los sistemas deportivos europeo y americano y tras reconocer la existencia de externalidades negativas como las que señalaba yo, el artículo acaba con la frase “it remains an interesting economic question as to which sistem is better” (“permanece como una pregunta económicamente interesante el saber cual de los dos sistemas es mejor”). Cómo una frase tan transparente se puede traducir por “el método europeo es superior” es, también, una pregunta interesante que me abstendré de analizar aquí.

Después de todo lo dicho, me reafirmo en proponer que la Unión Europea intervenga y coordine a los clubes del continente para que establezcan topes salariales con el fin de evitar esta especie de “carrera armamentista suicida” en la que se ha convertido la carrera por obtener los mejores jugadores de fútbol. Y esto es tanto más importante cuanto la Comisión ya está intentando eliminar los contratos con cláusulas de rescisión. Si no se imponen límites salariales, todavía veremos muchas locuras económicas en el mundo de los deportes.

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