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30 March 2009

Crisis (10): Las 3 de Detroit

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Uno de las lecciones básicas que se enseña en todas las facultades de economía moderna es que la intervención pública en la economía sólo está justificada cuando hay un “fracaso de mercado” (y se demuestra que la solución no es peor que la enfermedad). Es decir, cuando se demuestra que el libre mercado no asigna los recursos de una manera eficiente porque existen fallos como externalidades, bienes públicos o monopolios.

La crisis del 2009 ha hecho que este principio haya sido abandonado y se defienda con cada vez más frecuencia la idea de que el estado intervenga cada vez que a los políticos les da la gana. Así, no sólo los gobiernos de todo el mundo se han dedicado a rescatar bancos, instituciones financieras, empresas de seguros y promotoras inmobiliarias sino también empresas automóvil. Destacan los rescates públicos de dos de las tres grandes empresas automovilísticas de Detroit (llamadas las “D3”): General Motors, Chrysler y Ford. Un error.

Las D3 tienen problemas en cuatro áreas distintas. Primero, en el área de ingresos, naturalmente sus ventas han caído debido a la crisis mundial. Pero incluso antes de la crisis, las D3 estaban perdiendo cuota de mercado debido a errores de gestión: mientras ellas apostaron por los grandes vehículos 4x4, la competencia apostó por desarrollar coches más pequeños y más eficientes desde el punto de vista de consumo de gasolina.

Segundo, en el ámbito de la productividad, los costes laborales de las D3 son superiores a las de la competencia japonesa: el coste medio por trabajador para las D3 es de unos 72 dólares la hora mientras que el coste de las tres empresas japonesas que operan en EEUU es sólo de 44 dólares la hora. Ese gap no se debe a la existencia de grandes diferencias tecnológicas ya que todos han adaptado las técnicas de administración y distribución “just-in-time” que en su día introdujo Toyota para eliminar los costes de inventarios. La diferente rentabilidad proviene de las estructuras retributivas: durante los años setenta, el poderoso sindicato del automóvil UAW (United Auto Workers) llevó a cabo huelgas salvajes que se saldaron con unos desorbitados aumentos salariales que hoy se han convertido en insostenibles.
Tercero, las D3 tienen problemas de balance: tienen que soportar unos masivos costes de salud y de pensiones de antiguos trabajadores. Las huelgas de los setenta también comportaron extravagantes concesiones en el área de pensiones y seguros sanitarios, concesiones que se están pagando hoy, a pesar de que esos trabajadores hace años que están jubilados.

Y finalmente, dos de las D3 (General Motors y Chrisler) tienen severos problemas de liquidez. Es decir, el descenso de ventas ha hecho que no tengan suficiente dinero en la caja para pagar a los suministradores sin los que es imposible producir coches.

Estamos, sin duda, ante grandes empresas con grandes problemas económicos. Algunos de esos problemas son fruto de la incompetencia de los directivos. Otros fueron causados por la inconsciencia de los sindicatos. Pero el hecho de que directivos y sindicatos hayan cometido errores no implica fracasos de mercado por lo que el contribuyente no tiene por qué pagar los platos rotos. El gobierno de Obama debería abandonar la política de subsidios públicos y dejar que las empresas se acojan a las leyes de quiebra (la llamada “Chapter 11”). El “Chapter 11” no implica el cierre de fábricas y el despido de trabajadores. Es una especie de “suspensión del pago de deudas” que dará tiempo a las D3 a que reorganicen sus contratos de pensiones, introduzcan cláusulas de copago para evitar los desorbitados costes sanitarios, renegocien todo tipo de contratos y rehagan sus programas inversión, adaptando sus vehículos a las demandas del mercado. Hay que recordar que ese mismo proceso de quiebra fue utilizado exitosamente por las líneas aéreas hace menos de 10 años cuando tuvieron problemas similares con los exorbitantes salarios que habían conseguido los sindicatos de pilotos a través de huelgas salvajes similares. Las líneas aéreas que se acogieron al “Chapter 11” y reconvirtieron, no sólo están saneadas hoy sino que parecen haber sobrevivido ese annus terribilis durante el cual el coste de los carburantes se disparó hasta alcanzar niveles nunca vistos. Si ha funcionado para las líneas aéreas, también funcionará en el sector automovilístico.

La alternativa al proceso de quiebra es el subsidio. En los años 80 el sector automovilístico americano ya se enfrentó a una crisis de supervivencia similar a la de hoy. Entonces, el gobierno sucumbió a la presión política y salvó a las tres D3. El dolor fue aliviado momentáneamente… pero ese alivio evitó que se arreglara el problema de fondo. En diciembre 2008, gobierno de George Bush volvió a poner un parche balsámico: ayudas por valor de 25.000 millones de dólares bajo la condición de que se presentaren planes de viabilidad antes del 31 de Marzo. Un día antes de que se agotara el plazo, los planes presentados no eran satisfactorios pero el gobierno Barack Obama decidió renovar las ayudas durante 60 días más. Eso sí, pidió la cabeza del director general de General Motors. Los gobiernos no deben decidir quién es el director general de las empresas ni deben dilapidar el dinero de los contribuyentes (cuyo salario medio es de 15 dólares la hora), para salvar la riqueza de los accionistas, los bonos de los ejecutivos que han tomado decisiones incorrectas y los salarios de trabajadores que cobran 72 dólares la hora porque en su día utilizaron su poder de coacción para arruinar a las compañías para las que trabajaban. Hay que volver a los principios básicos de la teoría económica y abandonar la farsa de los subsidios a empresas ineficientes las tres de Detroit.

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INTRODUCTORY NOTE

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