Banner
17 March 2002
La Presidencia de la Escalera
Mass media - Articles XSM
La Vanguardia
  
 

Tags: Capitalism | Catalunya

No hace mucho, invité a unos amigos a cenar a mi casa. Eran unos antiguos colegas de la universidad, profesores de ciencias sociales, que me habían ayudado mucho cuando yo empezaba mi carrera académica. Llegaron en un BMW de color azul. Estábamos comiendo tranquilamente cuando oímos un griterío que provenía del exterior. Eran mis vecinos. Y es que vivo en una escalera donde habitan muchos miembros de una ruidosa ONG llamada “No a los BMW”. Miré por la ventana y ahí estaban, manifestándose. Gritaban eslóganes contra mis amigos y lanzaban piedras a mi ventana. Portaban una pancarta que decía: “Por la ciencia Social, contra la ciencia del Capital”. La verdad es que no entendí muy bien qué era eso de la ciencia del capital, pero lo más grotesco era que demandaran ciencias sociales a mis colegas cuando éstos han dedicado su vida, precisamente, a esa materia.

Lógicamente, mi reacción ante estos desagradables sucesos fue la de abrir la puerta, salir a la calle y ... ¡unirme a la manifestación!. Grité lemas anti-BMW y protesté por la presencia de mis amigos en mi casa. Mis vecinos me aplaudían y me daban palmaditas en la espalda. Yo sonreía satisfecho.

Mis convidados, lo reconozco, se quedaron atónitos: su mirada parecía la de las vacas cuando ven pasar un tren. Mi hija de 11 años bajó corriendo y me recriminó que dejara a media cena a unas personas a las que yo mismo había invitado y me reprochó que me manifestara contra ellos. Yo le contesté: “¡no entiendes nada! No ves que si no me manifiesto, ¡los vecinos nunca me van a votar en las elecciones a presidente de la escalera!”. A lo que ella me contestó: “Pero, ¿Y lo mucho que te ayudaron cuando eras pequeño?, ¿dónde están tu lealtad, tu integridad y tus principios?”. “¡La escalera!”, grité yo irritado, “¡¿No ves que lo más importante es la presidencia de la escalera?!”

Está bien. Lo confieso. La historia que acabo de contar es inventada. Pero la he explicado porque demuestra que, a veces, las personas actúan de forma innoble intentando satisfacer sus obsesiones políticas. En este caso, la obsesión por la “presidencia de la escalera”.

De hecho, esta misma semana se ha producido un episodio de lo más pintoresco que confirma lo que digo. Un conocido político acaba de realizar un giro copernicano en su relación con Europa y ha actuado en contra de sus principios tradicionales con el simple objetivo de conseguir un puñado de votos en las próximas elecciones. Me refiero, naturalmente, al presidente norteamericano George W. Bush: después de presentarse como el campeón de la economía de mercado y del libre comercio mundial, Bush ha anunciado que impondrá un aumento de aranceles de hasta el 30% para proteger a los productores de acero de su país. Una flagrante violación de la doctrina liberal que siempre ha predicado.

Si. Es cierto que la decisión de Bush ha sido una respuesta a las inversiones públicas que los gobiernos europeos han hecho para reducir los costes de sus acereras, hecho que ha sido interpretado en Washington como competencia desleal. Pero incluso en este caso, la imposición de aranceles es una mala idea, y lo es por muchas razones. Primera, porque al reducir la competencia internacional, los aranceles van a comportar aumentos del precio del acero y eso va a perjudicar a los consumidores que acabarán pagando más por sus coches, lavadoras y casas. Segunda, porque la nueva economía de la información y los servicios no utiliza tantos “materiales” como la economía industrial de hace un par de décadas. El del acero es, pues, un sector en declive y ni los aranceles ni el proteccionismo hará nada para cambiar esa tendencia. Tercera, porque los bajos beneficios del sector en Estados Unidos se deben en parte a los elevados salarios y pensiones que se prometieron hace años, cuando la industria estaba en auge. Estos importantes “costes heredados” impiden que las empresas norteamericanas sean competitivas. El problema es que si el gobierno decide intervenir para solucionar el problema (y muchos dirían que no debería), la mejor manera de hacerlo no es introducir aranceles sino hacerse cargo de los costes heredados (es decir, que sea el gobierno, y no la empresa, la que pague las pensiones de los trabajadores del acero).

Y finalmente, es una mala idea porque viola los acuerdos internacionales firmados en el marco de la Organización Mundial del Comercio e incentiva a los demás países a proteger también sus mercados. Lo he dicho muchas veces en estas páginas y lo vuelvo a repetir: el mercado y el libre comercio internacional son la única vía para que los países subdesarrollados salgan del pozo. En este sentido, la decisión de los Estados Unidos podría desencadenar una nueva ola de proteccionismo en todo el mundo y eso representaría un paso atrás de gigante que sería especialmente perjudicial para los ciudadanos más pobres del planeta. 

Lo peor de todo es que el presidente Bush sabe perfectamente que la introducción de aranceles es nociva. Por eso criticó el proteccionismo comercial y la intervención del estado en la economía durante la campaña electoral. Siendo así, ¿cómo ha podido tomar una decisión tan equivocada y que va tan en contra de sus propios principios y de sus promesas electorales? Pues muy sencillo. Por una parte, porque el lobby del acero tiene mucho poder en los siniestros pasillos de Washington. Y por otra, porque para Bush, igual que para tantos otros políticos con pocos escrúpulos, lo importante no es la integridad sino la “presidencia de la escalera”.

Search

Banner