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17 February 2001
Solbes: ¿Hermano o Primo?
Mass media - Articles XSM
La Vanguardia
  
 

Tags: International | Spain

“No preguntes lo que tu país puede hacer por ti, sino lo que tú puedes hacer por tu país”. Esta debe ser la frase más popular del discurso inaugural de John F. Kennedy y una de las más desafortunadas de cuantas pronunció a lo largo de su vida. La sugerencia de que los ciudadanos deben estar al servicio del país siempre me ha producido escalofríos y me trae a la mente imágenes de películas de regímenes totalitarios como el de “1984” de George Orwell.

Pero la frase de Kennedy acaba de quedar pequeña al lado de la pronunciada por el comisario de la Unión Europea, don Pedro Solbes, quien, mientras regañaba al gobierno de Irlanda por haber presupuestado una reducción de impuestos dijo: “Tradicionalmente, la política económica de un país buscaba lo mejor para sus ciudadanos, pero en una unión económica y monetaria, los países deben hacer lo que es pertinente a nivel europeo”. Esa frase confirma mis peores sospechas. Se nos dijo en su momento que la UE estaría a nuestro servicio y nos beneficiaría a todos, pero ahora don Pedro, disfrazado de Gran Hermano, nos pide que no nos preguntemos lo que la UE puede hacer por nosotros, sino lo que nosotros podemos hacer por la UE. Y ahí es cuando me pongo a temblar.

Para poner las cosas en perspectiva, déjenme que describa la escena. Por un lado está Irlanda, que en 1987 era un país agrícola pobre de la periferia europea que vivía de las limosnas comunitarias y de las remesas de sus numerosos emigrantes. Durante ese año, el gobierno impuso profundas reformas que comenzaron con una dramática reducción del gasto público acompañada de una ligera reducción de impuestos y que incluyeron la introducción de incentivos fiscales a la inversión extranjera, la eliminación de regulación en el sector exportador, la liberalización del mercado de trabajo, los incentivos a la escolarización y los pactos con los sindicatos para la limitación de demandas salariales.

Los resultados fueron poco menos que espectaculares. Irlanda ha crecido a un ritmo de cerca del 10% anual. La renta per capita ha pasado del 72% de la media europea a más del 110%. El país se ha convertido en uno de los líderes tecnológicos del mundo y uno de los principales destinos de la inversión directa en Europa. El crecimiento de la productividad ha sido tan grande que los salarios han aumentado mucho más de lo que los sindicatos hubieran soñado durante el antiguo régimen. La tasa de paro, que rondaba el 18% cuando Irlanda competía con la España socialista por el título de “gobierno europeo más incompetente en el tema del paro” (por cierto, ¿saben donde estaba el Gran Hermano Solbes  en aquella época?), se ha reducido hasta llegar al 5%. En resumen, un país cuya trayectoria económica podría calificarse de milagro en toda regla y por esto algunos lo llaman el “Tigre Céltico”.

A raíz de todo esto, el déficit fiscal que alcanzaba el 7% del PIB en 1987 se convirtió en un superávit del 4% en el 2000. Como siempre pasa en estos casos, el pueblo se pregunta qué hacer con el dinero que sobra. La respuesta más inteligente la dieron los irlandeses: que se devuelva a quien pertenece, al contribuyente. Razonable, ¿no?

Pues no, porque en el otro lado de la escena están los burócratas europeos, singulares personajes con enormes agujeros en los bolsillos, que gastan todo lo que tienen, que regulan todo lo que pueden, que han creado una complicadísima red de perniciosos subsidios cuyo único objetivo es compensar los efectos negativos de sus otros subsidios y que han conseguido que Europa se convierta en la zona con mayores tasas de paro del mundo desarrollado. Sus acciones, por absurdas que sean, siempre se justifican de la misma manera: “el bien de la Unión”. Y, según parece, el bien de la Unión dicta que una reducción de impuestos en Irlanda no procede porque generará mayor crecimiento económico y eso, dicen, es inflacionario. Es cierto que las reglas del juego aceptadas por todos con el Pacto de Estabilidad prohíben las reducciones de impuestos que causan déficits fiscales excesivos. Pero claramente este no es el caso de Irlanda porque, entre otras cosas, ¡su gobierno mantiene un gran superávit!

Siendo así, ¿por qué se mete el Gran Hermano con Irlanda? Se me ocurren varias explicaciones (algunas de tipo freudiano) pero la más verídica es la que más me preocupa. Los burócratas europeos quieren impedir que comience una carrera de reducciones impositivas que, a pesar de ser beneficiosa para los ciudadanos, ellos consideran “perniciosa para la Unión”. Nos quieren imponer una superestructura que monopolice y controle todos los impuestos que se cobran en Europa, evitando una competencia entre administraciones que conllevaría una mayor disciplina fiscal y una reducción del gasto público innecesario. En este sentido, prefieren empezar metiéndose con la débil Irlanda antes de enfrentarse a un rival mucho más poderoso y que ya ha anunciado rebajas fiscales en Italia si gana las próximas elecciones: Silvio Berlusconi. Si mi temor fuera cierto, el comportamiento de don Pedro no se parecería tanto al del Gran Hermano de Orwell como al del Primo de Zumosol. Y eso es muy preocupante porque, si los comisarios europeos se meten con los débiles, aunque hagan las cosas bien, simplemente para transmitir mensajes intimidadores a los poderosos, ¿qué haremos cuando se metan con nosotros? ¿Quién nos protegerá de sus arbitrariedades?

En resumen, no sé si Solbes es el Gran Hermano o el primo Zumosol, pero la cuestión es: a partir de ahora, ¿deberemos preguntarnos lo que don Pedro puede hacer por nosotros o lo que nosotros debemos hacer por don Pedro? Confieso que, cuanto más pienso en esa pregunta, menos me gusta la respuesta.

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