Es curioso que esté cuajando la idea de que la actual recesión ha sido causada por los excesos del sector privado, olvidando totalmente la responsabilidad del sector público. Todos estamos de acuerdo en que el origen del problema es la burbuja inmobiliaria. Pero, ¿qué causó esa burbuja? Respuesta: el mantenimiento de tipos de interés artificialmente bajos por parte de las autoridades monetarias públicas (los tipos bajos llevan a demasiada gente a pedir hipotecas, cosa que provoca aumentos extravagantes de los precios de los inmuebles).
El sector financiero privado, se nos dice, construyó activos basados en hipotecas pensando que la tasa de morosidad de las familias subprime sería mucho más baja de lo que ha acabado siendo. Pero, ¿por qué cometió ese error? Por muchas razones. Una de ellas es que, cuando los precios suben la proporción de morosos se reduce (porque las familias tienen más incentivos a no perder una casa que se aprecia). Eso lleva a las entidades financieras y empresas de rating a creer erróneamente que la probabilidad morosidad estructural se ha reducido. Es decir, si la burbuja inmobiliaria (creada, insisto, por las autoridades públicas) no hubiera existido, la alegría con la que se compraron los activos basados en hipotecas no se habría producido.
Se dice que demasiados bancos privados prestaron demasiado dinero a demasiadas familias con pocos recursos (familias “subprime”). ¿Por qué lo hicieron? Por muchas razones, una de las cuales es que dos instituciones semipúblicas (Freddie Mac y Fannie Mae) garantizaban esas hipotecas. ¿Por qué? Pues porque el gobierno las obligó a ello con el objetivo de esas familias también formaran parte del sueño americano de tener una vivienda de propiedad.
Se explica que el sector financiero se dedicó a crear activos complicados que no entendía y a pedir prestado para invertir (apalancarse). ¿Por qué? Pues en parte, por culpa de la política de tipos artificialmente bajos que indujo a todo el mundo (¡incluso los bancos!) a pedir prestado para invertir.
La mala política del gobierno contribuyó, pues, de manera significativa a originar la crisis actual. Pero la cosa no acaba aquí: también está contribuyendo a agravarla y a convertir lo que habría sido una pequeña recesión en un episodio potencialmente catastrófico. Durante los primeros cuatro trimestres de la crisis norteamericana (entre Noviembre 2007@ y Setiembre 2008), el consumo, la inversión inmobiliaria y las exportaciones netas se mantuvieron. Lo único que había caído en picado era la construcción: concretamente, hasta setiembre de 2008, el PIB había caído en unos 350.000 millones de dólares, exactamente igual que la caída de la construcción. Es decir, había explotado la burbuja inmobiliaria, las constructoras habían dejado de construir pero eso no se había contagiado al resto de la economía, a pesar de constantemente salían noticias de bancos con agujeros financieros estratosféricos.
Las cosas cambiaron radicalmente en setiembre 2008. Después de salvar a Bear Sterns, Freddie Mac, Fannie Mae y Goldman Sachs, el fin de semana del 13-14 de setiembre, el gobierno decidió no ayudar a Lehman Brothers. Nadie entendió por qué se salvaba a unos bancos y no a otros, pero esa política errática dejaba claro que el gobierno no tenía claro cómo afrontar la situación. La confianza cayó y las bolsas de todo el mundo se hundieron. El gobierno reaccionó aprobando, a toda prisa, un programa de 0,7 billones para comprar los activos tóxicos de los bancos: el llamado TARP (“Troubled Assets Relief Program”) fue aprobado el día 19 de setiembre. Durante la semana siguiente, la bolsa sufrió la peor caída semanal de la historia. Ante el asombro de todos, la reacción del gobierno fue la de decir: “como a la bolsa no le ha gustado el TARP, no compraremos activos tóxicos sino que recapitalizaremos directamente a los bancos”. Y claro, cuando se vio que el gobierno miraba a la bolsa para ver si sus propias acciones tenían sentido, todo el mundo se dio cuenta de que andaba bastante perdido. Eso acabó de convencernos a todos de que estábamos en manos de una pandilla de incompetentes… justo en el momento que cuajaba la idea de que el ángel salvador único era… ¡el gobierno!
Es importante que si los gobiernos deciden erigirse en salvavidas de la economía, nos convenzan primero de que están capacitados para ello. Porque cuando el líder no inspira confianza, las cosas empeoran. Y en economía, cuando no hay confianza, no hay consumo, no hay inversión y se agrava la crisis.
Lo peor de todo es que, la confianza ciega que muchos tenían en Barack Obama, se está disipando rápidamente: después de aprobar un plan de gasto plagado de esotéricos programas que no vienen a cuento, Obama ha dedicado otro billón de dólares a una nueva versión de TARP, a pesar del ostentoso fracaso de la primera versión el plan. Es más, el día que su secretario del tesoro, Tim Geitner anunció el plan, no explicó ni quien comprará esos activos, ni cómo se decidirá su precio, ni a qué bancos se ayudará, ni pasará con los activos comprados... Es decir: no explicó nada de nada. Su inseguridad y su miedo no contribuyeron a establecer la necesaria confianza en que el nuevo liderazgo sabe cómo reconducir la situación.
¡Ah! ¡Casi me olvidaba!: mientras tanto, el sector privado –¡ese maldito sector privado que tanto daño hace a la sociedad!- ha seguido haciendo sus deberes: según un estudio del profesor Casey Mulligan la productividad del sector no financiero norteamericano sigue subiendo (a diferencia de lo que pasó durante la gran depresión). Es decir: gracias al sector privado, la economía norteamericana saldrá disparada de la crisis el día que la incompetencia del gobierno deje de minar nuestra confianza.