El “pacto por el Euro” (este es el nuevo nombre del antiguo “pacto de competitividad” promovido por Merkel y Sarkozy) es el resultado de la cumbre extraordinaria del pasado 11 y 12 de marzo. El pacto por el euro es básicamente y de manera muy reducida, un intercambio entre los países que necesitan ser rescatados y los que rescatan: “nosotros, los rescatadores, ampliamos el fondo de rescate (cosa que, en teoría, dará más confianza y potencialmente reducirá los ataques especulativos y reducirá los tipos de interés que debéis pagar) y a cambio vosotros hacéis las reformas estructurales que van a aumentar vuestra competitividad". Entre estas reformas estructurales están el retrasar la edad de jubilación a fin de hacer sostenible el sistema público de pensiones, el ligar los salarios a la productividad y no a la inflación, el flexibilizar el mercado de trabajo para reducir las persistentemente altas tasas de paro, el fijar por mandato constitucional un nivel máximo de deuda y déficit tal como hacía el tratado de Maastricht (y el pacto de estabilidad que tanto se ha incumplido durante la crisis) y el homogeneizar el Impuesto de Sociedades a nivel comunitario.
En principio, algunas de esas imposiciones parecen una buena idea. El aumento de la edad de jubilación, la reforma del mercado laboral o el ligar salarios a productividad son, sin duda, medidas positivas. Otras, como la homogeneización del impuesto de sociedades es una clara violación a los principios liberales de la competencia fiscal entre jurisdicciones (la razón por la que el impuesto de sucesiones se reduce en Catalunya es que compite con Madrid y Madrid ya hace tiempo que lo eliminó, lo cual demuestra que la competencia entre comunidades es buena y ayuda a parar el insaciable apetito de los gobiernos por gastar) además de ser una traición a Irlanda (recordad que Irlanda votó en contra de la constitución europea y el debate en Irlanda fue, precisamente, el de la independencia de su política fiscal y de su impuesto de sociedades y que accedió a aprobar la segunda formulación de la constitución una vez los europeos garantizaron –y para ellos eso no es un asunto menor- mantener su reducido impuesto de sociedades. Renegar de esa promesa sería una traición inaceptable que tendría consecuencias en futuros votos de Irlanda en futuras leyes generales.)
De hecho, eso de ligar “fondos de rescate” a cambio de “reformas estructurales” no es muy distinto de lo que ha estado pasando: no hay más que ver el cambio copernicano que el gobierno de España ha experimentado en algunos de esos temas para darse cuenta que la presión política de Europa a cambio de rescates financieros ya hace tiempo que funciona.
Algunas novedades incluyen el hecho de que se hayan propuesto (aunque me parece que no se ha aprobado) multimillonarias multas para los países que no cumplan, cosa que por primera vez hace que las reglas europeas sean vistas como algo serio que se debe cumplir. Dicho esto, yo veo cuatro problemas graves en la actual formulación del “pacto por el euro”. Primero, que no queda muy claro cómo se van a evaluar esas reformas y cómo se va a castigar a los incumplidores. Segundo, no está claro que ligarse un brazo detrás de la espalda eliminando la capacidad de ejercer política fiscal una vez los países miembros han eliminado su capacidad de ejercer política monetaria a favor del BCE es una buena idea para los miembros (ver, por ejemplo, la caótico situación de muchos estados de los Estados Unidos, que sufren restricciones fiscales similares a las que quiere imponer la eurozona).
Tercero, por primera vez en la historia de Europa parece que se toman decisiones dejando al Reino Unido de lado. Alemania siempre ha tenido mucho cuidado de incorporar al Reino Unido en todos los proyectos, a pesar de que éste haya optado por no entrar en el euro. Esta vez, sin embargo, parece que se va a crear una Europa a dos velocidades: los del euro y los demás. El problema es que “los del euro” son mucho más intervencionistas que “los demás” y eso puede acabar perjudicándonos a todos. Dicho de otro modo y sin ánimo de molestar a los amigos del muro con simpatías socialistas: la alianza “liberal” que tradicionalmente ha habido entre Alemania y el Reino Unido ha impedido que Francia impusiera sus excesos intervencionistas al resto de Europa. Y eso ha sido bueno. Corremos el peligro de que eso deje de suceder.
Y cuarto, la creación de un fondo de rescate permanente generará enormes problemas de “riesgo moral”: al saber que sus déficits acabarán siendo socializados y que, en caso de problemas van a acabar siendo rescatados por el grupo, las autoridades fiscales de los países miembros perderán la disciplina que imponen los mercados y algunos seguirán comportándose de manera irresponsable. Eso es lo que los economistas llamamos “riesgo moral” (en inglés, “moral hazard”). De hecho, yo creo que uno de los factores que ha impuesto disciplina fiscal al gobierno de España ha sido la subido de los tipos de interés que tiene que pagar por su deuda (naturalmente las presiones de Merkel también han contribuido). Es decir, son los mercados los que acaban avisando a los gobiernos de que van por mal camino y que tienen que cambiar su rumbo si quieren que sus políticas fiscales sean sostenibles. Si las deudas de España o Grecia acaban siendo pagadas por el grupo, los tipos de interés de la deuda española o griega no subirá cuando llegue el peligro y las reformas necesarias no llegaran nunca porque los gobiernos implicados no tendrán incentivos para ello.
Resumiendo, no hace mucho exprese mi optimismo en relación a la economía mundial y mi pesimismo en relación a la europea. A la espera de la reunión de la próxima reunión del Consejo de la semana que viene (días 24 y 25 de Marzo), las decisiones adoptadas el pasado día 12 plasmadas en el “pacto por el Euro” no permiten que revise mi optimismo sobre la región. Y a la vista de su reacción, parece que los mercados tampoco.