En 5 de Octubre de 2009, hace ya más de un año, avisábamos desde esta página del peligro del exceso de endeudamiento público: los gobiernos no estaban solucionando los problemas de fondo sino que simplemente se estaban endeudando amparándose en una teoría Keynesiana caduca. “Pronto esa deuda se tendrá que pagar y eso tendrá nefastas consecuencias económicas”, decía. Pues bien: ese “pronto” ya ha llegado y, efectivamente, las consecuencias económicas son nefastas.
En Europa, el primer gran problema lo tuvo Grecia: un país con un largo currículum de irresponsabilidad fiscal del que los mercados llevan meses desconfiando. Después le llegó el turno a Irlanda. Irlanda es un éxito económico extraordinario que basó su estrategia de crecimiento en el la inversión extranjera. Hasta 1995, era uno de los países más pobres de Europa. A mediados de los años noventa, el gobierno estableció un marco económica atractivo para que las empresas extranjeras de alta tecnología como Dell, Intel o Microsoft, se instalaran en Irlanda. La medida estrella para conseguirlo era un impuesto de sociedades que gravaba el 12,5% de los beneficios de las empresas (en España se paga el 30%). Todas esas medidas conllevaron un éxito económico sin precedentes, con tasas de crecimiento del 11%. La renta de los irlandeses pasó a ser una de la más altas de Europa en sólo dos décadas. Muchos calificaron a Irlanda de “tigre celta”, en referencia a los milagros asiáticos de la misma época.
El enriquecimiento de los irlandeses hizo que muchos ciudadanos compraran viviendas cosa que creó una burbuja inmobiliaria parecida a la Española. Al igual que pasó en España, en medio de la burbuja se encontraba un sistema bancario que daba hipotecas a las familias y prestaba a las constructoras y promotoras. Cuando la burbuja explotó, los bancos se quedaron con decenas de miles de millones de créditos impagados. Algunos rozaban la insolvencia. Y entonces va el gobierno y comete un error garrafal: asegura a los inversores de que, en caso de que la banca no pueda pagar sus deudas, el gobierno se hará responsable. ¡Qué manía tienen los gobiernos de salvar con el dinero de los contribuyentes a los bancos que no saben hacer bien sus negocios! Muchos bancos acabaron quebrados y el gobierno tuvo que cumplir su promesa y asumir sus deudas, provocando un déficit público del 32% del PIB. Un déficit que sólo se podía asumir con el auxilio de Europa.
La ayuda de la UE no es tan generosa como parece. En primer lugar porque la caída de Irlanda puede provocar graves perjuicios a la zona Euro. En segundo lugar, porque los acreedores de los bancos irlandeses son bancos alemanes, franceses e ingleses por lo que “ayudar” a Irlanda equivale a “ayudar” a sus propios bancos (¡Qué manía tienen los gobiernos de salvar con el dinero de los contribuyentes a los bancos que no saben hacer bien sus negocios!) Y en tercer lugar, porque las ayudas serán a cambio de condiciones. Una de ellas será el incremento del impuesto de sociedades para que, a partir de ahora, las empresas tecnológicas que vengan a Europa no recaben en Irlanda sino que vayan a… Alemania, Francia o Inglaterra.
Lo que nos lleva a la siguiente pieza del dominó: una vez rescatada Irlanda los mercados se han cebado en España. El pánico de principios de diciembre pareció desaparecer cuando el Banco Central Europeo se puso a imprimir euros para comprar deuda española sin decirlo públicamente. Eso calmó los ánimos… momentáneamente. Pero las ayudas del BCE son limitadas porque imprimir dinero genera inflación y eso no gusta a los hermanos de la Europa del Norte. Tarde o temprano, pues, el pánico volverá y entonces España deberá recortar su gigantesco déficit. El problema es que, a diferencia de Irlanda, España no tiene un especial atractivo para las empresas de alta tecnología. Y a diferencia de Irlanda, el déficit español no es fruto de una ayuda irresponsable pero puntual a una banca que se hundía: es fruto de una gigantesca tasa de paro que se come 40.000 millones de euros al año, de una miríada de gastos inútiles en un sector público sobredimensionado y de una caída en picado de la recaudación que no se recuperará hasta que la economía vuelva a crecer. La economía española no volverá a crecer hasta que no se hagan profundas reformas a muchos niveles.
Es verdad que el gobierno ha propuesto reformas. Ha reducido la fiscalidad a las PYMES, eliminado el impuesto revolucionario de las cámaras de comercio, o facilitado la creación de empresas de 3000 euros. Para recaudar dinero también ha decidido vender el 49% de los aeropuertos, el 30% de las loterías y aumentar los impuestos al tabaco. Y todo eso está bien y debe ser aplaudido. ¡Pero no es suficiente! Hay que eliminar toda esa regulación que hace que España ocupe la posición 49 del Doing Business del Banco Mundial, hay que eliminar las barreras que impiden la creación de ocupación y que generan tasas de paro del 20% cada vez que hay una recesión, hay que adelgazar y sanear el estado eliminando todo gasto innecesario, hay que revolucionar el sistema educativo y adecuarlo a las necesidades y disponibilidades tecnológicas del siglo XXI, hay que dejar de hacer infraestructuras inútiles y concentrarse en las productivas, hay que agilizar el sistema judicial y hay que sanear el sistema financiero. En definitiva, hay que hacer muchas cosas y muy difíciles. ¿Que parece imposible? No lo es: Finlandia y Suecia tuvieron crisis peores que la española a principios de los noventa y lo hicieron. ¿Que las reformas necesarias no van a tener consecuencias hasta dentro de algunos años? No es verdad. Algunas reformas, como la de la educación, va a tardar en dar sus frutos, pero la reducción de la regulación va a tener efectos inmediatos. Además, que las reformas tarden en surgir efecto no es razón para no acometerlas: si se hubieran hecho cuando empezó esta crisis hace tres (repito, ¡tres!) años, ya tendríamos tres años de ventaja. No se puede seguir utilizando la excusa de que “tardarán demasiado”.
Déjenme acabar con una reflexión política. El presidente Rodríguez Zapatero sabe que si no hace nada, está muerto políticamente: esta crisis no se acabará por si sola antes de las elecciones. Ante esa tesitura, sólo tiene una oportunidad: ser valiente y acometer las reformas necesarias. Si no tengo razón y no funcionan, él seguirá estando muerto por lo que no pierde nada. Si tengo razón pero los efectos de las reformas no se notan hasta después de las elecciones, pasará a la historia como el padre de la gran reforma que dio lugar al “tigre ibérico”. No está mal. Y tengo razón y tiene la suerte de que las reformas tienen efectos milagrosos e inmediatos, incluso puede acabar salvando la cabeza.