17 de Agosto. Seguro que muchos de ustedes están disfrutando de sus vacaciones estivales lejos de sus casas, en lugares emblemáticos, bajo el sol en alguna playa atiborrada de cuerpos aceitosos o comiendo bien en algún pueblo turístico. El turismo se ha convertido en una parte importante de nuestra vida, hasta el punto de que el Comisario Europeo del ramo, Antonio Tajani, declaró el pasado mes de Abril, que “ser turista” es un “derecho”. Es más, Tajani propuso que la Unión Europea ayudara económicamente a jóvenes, a ancianos y a familias con poco poder adquisitivo, para que pudieran ejercer su derecho a ser turista.
Aunque el comisario Tajani exagera cuando dice que el turismo es un derecho, sí que es cierto que el artículo 24 de la Declaración Universal establece que “toda persona tiene derecho al descanso, al disfrute del tiempo libre, a una limitación razonable de la duración del trabajo y a vacaciones periódicas pagadas”. Pero claro, una cosa es tener derecho a hacer vacaciones y otra cosa muy distinta que el estado tenga que pagar viajes turísticos. Para argumentar que es el estado quien debe financiarlos, no basta con decir que hacen feliz a quien los disfruta. Al fin y al cabo, los carajillos, la televisión de plasma o el sexo también dan placer a sus usuarios y no parece razonable que eso se financie con cargo al contribuyente.
Los economistas dicen que el estado sólo debe subsidiar actividades que comporten algún tipo de externalidad positiva: si la actividad que yo practico me beneficia sólo a mí, entonces yo y sólo yo debo costearla. Si, por el contrario, mi actividad beneficia también a terceras personas, entonces el estado debe subsidiarla. Llegados aquí uno debe preguntarse si existen externalidades en los viajes vacacionales. Pues a simple vista sí… pero todas parecen negativas: los turistas destruyen y ensucian los parajes que visitan, los viajeros colapsan pueblos y ciudades turísticos, congestionan carreteras, puertos y aeropuertos y los sistemas de transporte tienden a contaminar. Y cuidado porque la teoría económica dice que cuando las externalidades del turismo son negativas, el gobierno no debe subsidiar sino al contrario: gravar con impuestos esas actividades para desincentivarlas. La propuesta de la UE, pues, parece una mala idea.
Pero sigamos buscando. El psicólogo y premio Nobel de economía Daniel Kahneman dice que hay dos tipos de felicidad: la de la “experiencia” y la de la “memoria”. La primera es la que tenemos en el momento en que tienen lugar las sensaciones. La segunda es la que sentimos al recordarlo. La pregunta es: ¿hacemos vacaciones para “sentir” sensaciones agradables o para “fabricar recuerdos” que nos hagan felices una vez terminadas? Supongo que cada uno de nosotros es distinto, pero para ver qué tipo de vacaciones quieren ustedes, intenten responder a la pregunta: si usted no pudiera llevarse ninguna cámara digital ni de vídeo, ¿cambiaría el tipo de vacaciones que hace? Si le dijeran que usted no recordará ni un solo momento de su viaje, ¿seguiría planeando ir a New York o Egipto o preferiría quedarse en casa comiendo y bebiendo bien? Los estudios demuestran que si no pudiéramos grabarlos en nuestra memoria o hacer fotos, muchos de nosotros querríamos unas vacaciones distintas. Es decir, que hacemos de turistas para fabricar memorias y álbumes de fotos para compartir. Si es así, existe una externalidad ya que eso afecta a quien no ha viajado. El problema es que ¡no está claro que sea positiva! Al fin y al cabo, todos tenemos amigos plastas que nos han enseñado inacabables álbumes de fotos. El gobierno debería intervenir, pero no para subsidiar a los viajeros sino para evitarles a sus sufridos amigos las insoportables sesiones de fotos vacacionales.
Otra consecuencia de las vacaciones de verano son los divorcios: gran parte de las tramitaciones de separación empiezan después del verano. Claro que los estudios sobre la felicidad dicen que la gente casada es más feliz que la separada por lo que, si destruyen matrimonios, las vacaciones generan infelicidad y externalidades negativas. La pregunta es: ¿por qué la gente se separa después de las vacaciones? Pues porque muchas familias que durante el año sólo se ven a la hora de comer, durante el periodo vacacional se ven obligados a compartir todo el día, y eso hace aflorar los conflictos latentes. De alguna manera, la mujer ya sabe que al marido le encanta disparar flatulencias a la hora de la siesta pero, como durante el año ella no lo ve (seguramente porque ella pasa la tarde con su amante), pues puede ignorar un problema que se manifiesta con toda su magnitud durante el verano. En este sentido, las vacaciones no crean problemas conyugales sino que hace visibles los que ya existían. Seguimos sin ver externalidades positivas.
Y si no hay externalidades, ¿por qué quiere la UE subsidiar los viajes de verano? La verdad, no lo sé… Pero la propia propuesta del comisario Tajani nos da una pista: “el subsidio sólo será válido si… ¡el viaje se realiza en Europa!” ¡Claro! ¿Cómo no? No hace falta buscar razonamientos científicos ni apelar a la lógica económica: como casi todas las políticas llevadas a cabo en el seno de la UE, el “derecho de los europeos a viajar” es un disfraz retórico para camuflar concesiones económicas al poderoso lobby turístico. Lo que quiere el comisario del ramo no es otra cosa que dar negocio a hoteles y transportes con cargo al contribuyente. ¡Qué repugnante! Y ahora… me voy de vacaciones.