Finalmente “alguien” con poder ha obligado al presidente del gobierno español a ponerse las pilas. De entrada, hay que aplaudir la decisión de José Luis Rodríguez de reducir el gasto público, aunque la haya tomado por obligación y a regañadientes, porque mantener un déficit fiscal del tamaño del español es irresponsable y peligroso. Hace meses que en estas páginas dije que no se habían arreglado los problemas de fondo de la economía y que se estaban generando “desequilibrios públicos” para paliar los “desequilibrios privados” originales y esa no era la solución. A continuación, hay que condenar la actitud populista de Mariano Rajoy, de repente convertido en un patético Robin Hood defensor de los pobres, dispuesto a boicotear una medida que, si no fuera por su descarado electoralismo, también él aplaudiría. Por favor, que ese “alguien” con poder le pegue una llamada y le estire de las orejas a ver si, por una vez, los partidos dejan sus intereses particulares y miran por el bien de todos.
Hace tiempo que la mayoría de analistas imparciales acusan al presidente Rodríguez de ser la causa de todos los males. Se equivocan. El culpable es John Maynard Keynes. Alguien aconsejó mal al gobierno de España y le explicó tres teorías de Keynes, todas ellas colosalmente equivocadas. En primer lugar está aquello de que “en el largo plazo estamos todos muertos” para justificar el déficit público desmesurado en épocas de crisis. Sí, decía Keynes, es verdad que a la larga la deuda pública se tiene que pagar, pero eso no importa porque para entonces ya no estaremos. Hace unos meses ya expliqué en estas páginas (“Crisis (16)”, 17-12-09) que a veces el largo plazo llega muy pronto y los prestamistas te exigen que devuelvas el crédito. Y cuando pasa, tú no puedes adoptar esa actitud arrogante de decir que “no crees en los mercados” o que “las decisiones políticas nunca pueden estar supeditadas a las exigencias del mercado”. Eso sólo lo puedes hacer si haces los deberes y no necesitas acudir a los mercados para que te presten dinero para financiar tu dispendio. El problema es que, cuando los acreedores ven que estás gastando tanto y estás ingresando tan poco que te va a resultar difícil devolver el dinero, te dicen que sólo te prestan a intereses superiores. Eso encarece tu crédito y, o bien aceptas sus condiciones de reducir el déficit poco a poco durante unos años, o bien dejas de pedir prestado, cosa que te obliga a reducir el déficit de manera catastrófica en cuestión de minutos. Esa es la situación en la que se encuentra España hoy.
El segundo error trágico de Keynes es aquello de los “animal spirits”: los empresarios no toman decisiones de manera racional sino que se ven impulsados por unos “instintos animales”. La realidad no importa tanto como su percepción de la realidad. De este modo, dice la leyenda, si uno consigue crear un ambiente optimista, los empresarios van a invertir y crear puestos de trabajo y eso nos va sacar de la crisis. Y con esa teoría bajo el brazo, el presidente Rodríguez y sus equipos ministeriales se han pasado meses negando la evidencia, siendo falsamente optimistas, minimizando las malas noticias y magnificando las buenas y boicoteando a todos los analistas (nacionales y extranjeros) que hablaban mal de la economía española. Pero claro, la verdad es otra: los empresarios no son tontos y observan la realidad. Y cuando la realidad contradice la versión oficial del líder, lo que cambia no es la percepción de la realidad sino la percepción del líder y éste pierde toda su credibilidad. Es más, cuando después de decir mil y una veces que no se reducirá el gasto social, viene el presidente y anuncia reducciones en el gasto social, todo el mundo entiende que la cosa está mucho peor de lo que se esperaba. Y eso hace cundir el pesimismo, hunde las bolsas y aumenta la prima de riesgo que el gobierno debe pagar para pedir prestado. Es lo que pasó la semana pasada.
La tercera falacia nefasta del keynesianismo es la creencia de que en el mercado sólo hay demanda: si se consigue sustituir la caída de la demanda privada por demanda pública, los problemas económicos se arreglan. La realidad, sin embargo, es que existe el otro lado del mercado: la oferta. Ignorar la oferta hace que uno intente salir de la crisis, gastando como un loco y endeudándose más de lo razonable y olvide tomar medidas que permitan a empresas y trabajadores producir y crecer más. Es decir, uno se olvida de la palabra clave de la economía: la ¡productividad! De hecho, las medidas adoptadas por el gobierno la semana pasada deberían ser la primera parte de un plan mucho más amplio dirigido a aumentar la competitividad. Sólo si la economía es más competitiva la recaudación fiscal se recuperará (recordemos que el déficit actual se debe en partes iguales al aumento del dispendio público y a la caída de la recaudación fruto de la reducción en la actividad económica: sólo cuando ésta se recupere, la recaudación fiscal volverá a su nivel normal). Hay que conseguir que los trabajadores sean más productivos y para ello hay que reformar el sistema educativo para que los estudiantes que se gradúan sean más emprendedores, más flexibles y más imaginativos. Hay que reformar el sistema financiero para que no se impida la financiación de nuevas empresas innovadoras. Hay que cambiar el entorno regulador que ahoga la iniciativa empresarial. Hay que reformar la justicia para mejorar la seguridad legal de los que hacen negocios ante el fraude y los impagos. Hay que reformar la función pública para hacer un estado más delgado, menos redundante y más eficiente. Hay que reformar el mercado laboral para que, sin dejar de proteger al trabajador, no se impida la creación de empleo. Pero, sobre todo, lo que hay que hacer es dejar de seguir irracionalmente los postulados de Keynes y todo su universo de ideas equivocadas.