¿Han notado ustedes que en las ciudades españolas hay una cantidad extravagante de sucursales de bancos y cajas? No tengo los números exactos, pero comparando a simple vista con ciudades de otros países en los que he vivido, me da la sensación que en España sobran oficinas bancarias. De hecho, no sólo es una sensación visual sino que el proceso de fusiones que estamos viviendo confirma que durante las últimas décadas ha habido una explosión de oficinas de entidades financieras difícilmente justificable desde el punto de vista de la racionalidad económica. Y ahora toca deshacer los excesos del pasado.
Aunque parezca mentira, los bancos y cajas españoles también se han dejado llevar por la mentalidad de burbuja que llevó a tantos ciudadanos de a pie a pensar que el precio de las viviendas siempre seguiría subiendo. Esa creencia falsa llevó a millones de familias a comprar viviendas pensando que eran una inversión infaliblemente segura. La misma creencia llevó a bancos y cajas pensar que el sector inmobiliario era una especie de gallina de huevos de oro en la que tenían que invertir, por eso prestaron todo lo que pudieron a promotores y constructores hasta el punto de pedir prestado dinero para poder prestar a los supuestos reyes Midas del siglo XXI. Y el negocio funcionó de manera casi milagrosa durante mucho tiempo. De hecho, funcionó tan bien que bancos y cajas se expandieron más de lo que convenía y colocaron sucursales hasta el punto de que uno tiene la sensación que un su ciudad hay más cajas que bares y eso que de bares no faltan.
El problema es que en economía no existen los milagros y a todo cerdo le llega su San Martín: los precios de la vivienda dejaron de subir, la gente vio que eso de la inversión inmobiliaria no era tan infalible como le habían prometido, dejaron de comprar viviendas, las constructoras y las promotoras se arruinaron y no pudieron devolver el dinero que les debían a los bancos y cajas. Éstas se tuvieron que quedar todo de tipo de solares, parcelas, edificios e inmuebles a medio construir. Para recuperar el dinero, el sector financiero va a tener que gestionar y vender todo este patrimonio y nadie sabe exactamente cuánto van a recobrar. Lo que está claro es que sus pérdidas serán importantes. Tan importantes que van a obligar a más de una y a más de dos a cerrar las puertas. El sistema financiero español, pues, tiene un problema importante.
El problema es que, siendo importante, todo eso que les explico no es lo más grave. Lo más grave está todavía por llegar. Si, si. De cara a los próximos meses, los bancos y cajas españoles se enfrentan a cuatro problemas serios. El primero es que el negocio bancario es hoy mucho más pequeño de lo que era y parece que lo va a seguir siendo durante bastante tiempo: centenares de miles de empresas familiares (que tradicionalmente viven del crédito bancario) están desapareciendo, la construcción (que había concentrado la parte más importante del negocio bancario) no es lo que era y volverá a ser lo que era en muchos años, los tipos de interés son bajos, los márgenes con los que operan los bancos son cada día menores y, finalmente, las tasas de crecimiento económico van a ser mucho más pequeñas que antes por lo que menos gente se va a atrever a pedir prestado. Todo esto hace que el negocio bancario a repartir entre todos los que hasta ahora jugaban la partida se ha reducido y no todos podrán sobrevivir. Todo eso se agrava por el hecho que he mencionado al principio del artículo: los bancos y, sobre todo, las cajas, han creado demasiadas sucursales y se han hecho demasiado grandes y todo eso es ahora incompatible con un negocio agregado mucho más reducido. Las fusiones y la progresiva eliminación de sucursales y empleados son inevitables.
El segundo gran problema es la nueva regulación. La idea de que la crisis ha sido culpa de la falta de regulación financiera ha cuajado entre los políticos de todo el mundo y eso les está llevando a endurecer las condiciones en las que van a tener que operar. En particular, con toda probabilidad van a requerir a los bancos que den muchos menos créditos por cada euro de capital y eso va a reducir substancialmente la cantidad de préstamos que podrán conceder y, por consiguiente, la cantidad de beneficios de los que podrán disfrutar.
El tercer problema es que ya empieza a hacer 18 meses que la empezó la crisis. Eso quiere decir que las prestaciones de desempleo de los primeros trabajadores que perdieron su trabajo están empezando a expirar. Esa primera oleada de parados ya está dejando de pagar su hipoteca y contribuyendo a aumentar las tasas de morosidad. El nuevo stock de viviendas en manos de entidades financieras se suma al que dejaron las empresas promotoras y constructoras en la primera fase de la crisis. Este hecho es más grave de lo que parece ya que ni bancos ni cajas son especialistas en gestión de patrimonio inmobiliario por lo que sus pérdidas son potencialmente cuantiosas.
El último problema, y yo diría que el más grande, es que la crisis financiera ha dejado una gran huella en la mente de bancos y cajas: ¡les ha dejado gravado el miedo! Las entidades financieras han pasado de la alegría prestadora de los tiempos de la burbuja al pánico a perder dinero en cualquier operación. Esa nueva y profunda aversión al riesgo es muy perniciosa para unas empresas que viven, precisamente, de prestar dinero: sin préstamos no hay negocio y sin negocio no se puede sobrevivir.
El sector financiero español ha salido relativamente ileso de la primera oleada de la crisis causada por la quiebra de promotoras inmobiliarias y constructoras. En los próximos meses veremos qué capacidad de resistencia tiene ante el tsunami que viene.